Wednesday, February 18, 2004

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Relaciones Peligrosas

Es casi un cliché insistir en Occidente sobre la vitalidad del comic y de la animación japonesa. Lograron lo que parecía imposible: unir en sincronía continua la música de Daft Punk y una historia sin palabras que se explica por sí sola, y en donde el ritmo electrónico marca la evolución del narrativo. Lo que alguna vez pareció terreno exclusivo de niños cuya soledad no era una opción, hoy, en la provincia de Buenos Aires o en el estado de Nueva York, es reivindicado por gente de toda edad que hacen de este club social una militancia compulsiva. La cantidad de fans impresiona, y ellos mismos se encargan de estar en una campaña de conscripción de socios que no admite deserciones ni distracciones. En los ‘90s, el culto al animé alcanzó proporciones épicas, y como nunca antes proliferaron revistas esotéricas, sociedades secretas, exposiciones babélicas, serios encuentros internacionales y aun ceñudos especialistas en la materia (psicólogos, sociólogos, comunicólogos, reunidos, por ejemplo, en las Fantabaires porteñas o en otros congresos varsovianos o chilangos).
Muchas veces los argumentos son futuristas y apocalípticos, con bandos cerrados en torno a estilizadas, violentas damas de ojos bien abiertos. En el futuro, como en el pasado, está el Diluvio. Y los desenlaces son debidamente míticos. Es por lo menos gracioso imaginar una comparación de cualquier ciclo de animé con la serie de dibujos animados South Park: es la confrontación del mito con el realismo cotidiano, de la omisión sofisticada con la materialidad republicana.
Cuando Occidente probó las delicias de la animación oriental, al menos así dicen ciertos animadores japoneses, les imprimió un valor diferente. Las tiras cómicas nacieron bajo el halo de una convención (desde fines del siglo XIX vienen ilustrando la última página de los grandes diarios). Al animé, en cambio, legiones de fanáticos le atribuyen cualidades artísticas, para nada comerciales. Es cierto: en 1930, Popeye pudo multiplicar el número de latas de espinaca vendidas. Bien 90s, Evangelion hizo crecer el de aspirantes a héroes melancólicos, ávidos por esa chica mechuda, de porte díscolo y cuidadas medidas.

Sergio Di Nucci

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