Friday, May 19, 2006

Bajo Belgrano


Todos los barrios felices son iguales; sólo los infelices son distintos. Con Bajo Belgrano, el hombre invisible en la ciudad irreal demostraba que no era el hermano hipócri­ta del desaparecido -aunque ya había probado que tampoco era su semejante-. Spinetta dejaba de ser elusivo: tanto se lo habían pedido. Si antes nos movíamos entre enigmas, ahora veíamos cara a cara, iluminados por la misma luz que irrumpía, después de atravesar recámaras tenebrosas, en la publicidad que había filmado Ratto para Alfonsín. El Alma, que creía que era pura Forma, fue violada a la vuelta de la esquina por la Historia y el Contenido. Ahora la voz de Spinetta parecía unirse irresistible a un coro torrencial. Partici­paba en un género flore­ciente y fácil. Como todos los géneros, éste incluyó obras maestras que servían de modelo y que la imita­ción diversifi­caba: Bajo Belgrano fue una de aquéllas -¿tal vez la única?-. Este género democrático, que rehusaría ser llamado de protesta, era sin embargo un género crítico y no cons­tructi­vo: un impulso vital así era imposible de guardar durante todo un disco, o durante más de uno.

Bajo Belgrano no representó para Spinetta algo que buscara porque ya lo había encontrado, sino algo que encontró porque le faltaba y que hubo de crear conscientemente. El resultado no deja de ser radical. Las rutas argentinas se encontraban por entonces con relacio­nes sociales nuevas, cambiadas, pero con ninguna novedad musi­cal. En Bajo Belgrano todo es sumario, pero nada es falso: quizás mejor por ello. La Argen­tina, después de haberse ensayado francobritánica o latinoamericana, se con­vertía, cuán involunta­riamente, en Europa del Este; lo será todavía por un tiempo.

Por primera vez, Spinetta es un hombre para quien el mundo exterior existe. Bajo Belgrano tiene la contundencia del gusto a cloro en el agua de la canilla. Es un lugar que podemos ubicar en el mapa -en oposición al también utópico, también barrial Mondo di Cromo-. Es la zona. Los mutan­tes pertenecen, es inevitable, a las clases medias, pero esta vez no formarán la juventud maravi­llosa del general, ni acabarán leyendo a Mao o a Kim Il Sung: juventud / divino / tesoro, ya casi oímos a unos Twist rubendarianos. El espacio de Mi cuarto se ensanchó, pero sigue siendo, o casi, pastoral. Arcadia todos los crepús­culos: la noche tenía su propio argumento, que no continuaba ni desarro­llaba los personajes o los episodios del día. No importa que la zona fuera un ghetto, más o menos móvil; al contrario, derivába­mos de allí un estreme­cimiento nuevo.

En Bajo Belgrano -el título-, las dos palabras chocan, quieren excluirse. Son dos lugares; su cópula, un tercero. Belgrano triunfa sobre la margi­nalidad del Bajo. La existencia no es más un revés, como era en Artaud, una humillación permanente. Bajo Belgrano nos llama a gustar los aletar­gados placeres de la acción, las no probadas alegrías del pensamiento, el sabor del mundo visible; nos invita a ser héroes positivos precisamente cuando empezábamos a preguntarnos si seríamos seropositivos (aunque ya supiésemos que éramos chagásicos). En defini­tiva vencen la gramá­ti­ca, la escuela: el sustantivo Belgrano subordina y ordena. Sabemos donde clavar la punta del compás. Es el Origen: Arribeños, San Román, la vuelta al primer casille­ro, viaje a la semilla. Maribel rima con la muchacha de ojos de papel. Épica sordina; melancolía suave, casi imper­ceptible, forzosamente infiel y retrospecti­va: quien iba a despertar se durmió, y la vigilia de Ana se ha interrum­pi­do.

Spinetta conserva los pulmo­nes jóvenes para la música grave. De una juventud a la otra. El futuro, el Nuevo Mundo, virgen, edénico y crudo, se superpone aquí, como en un mismo movimiento, a la revisión de los lugares cargados de historia y de pasado, de donde Spinetta obtiene recién entonces una resonancia perfec­ta -y ahora resonar importa más que sonar-. El flaco se crea una leyenda, pero con un sentido admirable de la leyenda. El secreto de Spinetta en Bajo Belgrano es que allí sabe encon­trarse interesante. La figura se funde con la escena en una geogra­fía sentimental: es el buen fin de la pere­grinación romántica. Si el peregri­naje clásico (Piero, Pedro, Pablo redivivos, pero también Charly) encuen­tra en el viaje una confirma­ción, el romántico busca una renovación y encuen­tra una repeti­ción: Spinetta alcanza pronto su belleza y sus límites.


Alfredo Grieco y Bavio

1 comment:

Anonymous said...

Alfredo...¿te gustó el disco o no te gustó?