Friday, October 12, 2007

Minimalismo: Del estatuto ontológico del objeto a las condiciones epistemológicas de la experiencia (una conclusión parcial)


7- Es sabido que el desarrollo de la mayor parte del arte contemporáneo discurrió por los carriles que Fried tanto había temido. En ese sentido, su crítica puede ser leída como la agónica defensa de un modernismo que pronto se vería atacado desde todos los flancos. No obstante, persiste una dificultad que supo identificar muy bien. Con el desplazamiento de los criterios artísticos a ciertos atributos externos a la obra en sí -la posición del espectador, la modificación de la luminosidad en el ambiente, el espacio intersticial entre las diversas disciplinas- ¿cómo garantizaremos ahora la validez universal de los juicios de valor estéticos? La crítica moderna ofrecía una respuesta inequívoca, inspirada en una interpretación específica de la tercera crítica kantiana: cualidad y valor eran inherentes a la esfera autónoma del arte y cada disciplina (pintura, escultura, música, poesía, literatura) ejercía sus propios criterios, basados siempre en la comparación con las grandes obras del pasado.
En la nueva situación las variables son tantas que el “buen ojo” que practicaban Greenberg y Fried permanece apenas como el vetusto monumento de un pasado superado.[1] Pero el relativismo tan en boga en nuestros tiempos no alcanza a ocultar el hecho de que la crítica actual sigue dilapidando juicios de valor como si nada hubiera cambiado. El problema consiste en que ahora se nos escamotean sus fundamentos. Si, como desea tanto posmoderno suelto por ahí, renunciamos a cualquier criterio objetivo en pos de un pluralismo un tanto intangible, la empresa crítica y el arte en general habrán dilapidado lo único capaz de mantenerlas en pie: la apreciación reflexiva y argumentada acerca del esfuerzo de alguien que decide una intervención concreta en nuestra conflictuada realidad porque considera que tiene algo que decir. Lo demás es cuestión de marketing y de mercado, de relaciones públicas e institucionales. Un nuevo packaging para un narcisismo tan viejo como el mundo.

[1] El libro de Arthur Danto: Después del fin del arte: El arte contemporáneo y el linde de la historia. Paidós, Bs. As., 2003 constituye un buen intento por establecer las diferencias entre el arte contemporáneo y la tradición modernista. Danto lee al modernismo como la última gran narrativa. Por ende, nos encontraríamos en la actualidad en un estadio poshistórico. El atributo fundante del nuevo arte consiste para él en su capacidad para legitimar las estrategias más diversas, cosa que contrasta con la estética fuertemente prescriptiva de un Greenberg. De hecho, todo el texto puede leerse como una gran polémica con el eminente crítico norteamericano, explícita en particular en su capítulo cuatro. La característica esencial de la estética contemporánea sería entonces su pluralismo, en una definición que recuerda a la que Lawrence Alloway daba del arte pop como “un espléndido pluralismo de las formas”. De hecho, es en el pop donde Danto sitúa la ruptura. Sin embargo, aún cuando no dudaríamos en compartir su idea de que ya no podemos medir una obra de arte meramente por su estatuto diferente en relación con los objetos cotidianos y que la distinción entre arte y realidad ya no descansa en elementos puramente visuales, nada nos dice acerca de los nuevos criterios a aplicar en la valoración de las obras de arte actuales, con independencia de cómo se las quiera interpretar.

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