Monday, November 16, 2009

Intensidad y altura: César Bolaños en Argentina

1- Cuando en marzo de 1963, a los 32 años de edad, César Bolaños llega a Buenos Aires no es precisamente un advenedizo. Una década antes se había graduado en el Conservatorio Nacional de Música y había estudiado composición con Andrés Sas en la Escuela de Música Sas Rosay. En 1959, decidido a pegar el gran salto, viaja a Nueva York para inscribirse en la Manhattan School of Music. Allí comprueba que la diferencia entre los rigores de la enseñanza norteamericana y la de sus profesores limeños pasa por la disciplina más que por el talento. Toma entonces una determinación que el tiempo convertiría en clarividente: se inscribe en un curso de la RCA School of Electronic Technology, de donde saldría tres años más tarde con el título de técnico en electrónica.
Como ocurre con frecuencia, un encuentro un tanto azaroso cambiaría el destino de Bolaños en la década siguiente. A fines de 1961, asiste a un concierto de piano de Alberto Ginastera en la Gran Manzana. Allí, él y su compañero de ruta, Edgar Valcárcel, reciben del músico argentino una proposición peculiar: les solicita que presenten algunas de sus obras en un concurso que ofrece doce becas para compositores jóvenes de América Latina. Pasaría otro año hasta que ambos supieran que habían sido aceptados para formar parte de la primera camada de becarios del Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales (CLAEM) del Instituto Di Tella: una iniciativa de ambición desmesurada que procuraba transformar el considerable atraso musical de la región.
Lo que por entonces no podía saber Bolaños era que semejante diagnóstico, amén de su exactitud, no provenía de la inquietud de los músicos latinoamericanos sino de las mismísimas fundaciones norteamericanas. Una serie de circunstancias históricas, que excedían largamente el estricto ámbito musical, se aunaron para hacer de Buenos Aires la capital regional de la música de vanguardia. Aparentemente, fue John Harrison, director de la Fundación Rockefeller en Chile, quien más se comprometió con el asunto. Ginastera era el candidato ideal para dirigir un centro de estudios avanzados financiado con capitales estadounidenses. Ya desde mediados de los 40, cuando buscaba refugiarse del régimen peronista, había establecido contactos fluidos con las principales instituciones del país del norte, gracias a una beca Guggenheim. De ese modo, al respeto como uno de los mejores compositores de América Latina le sumaba una impronta pedagógica que confirmaba su cargo de decano (y fundador) de la Facultad de Música de la Universidad Católica de Buenos Aires.
Por aquel entonces, además, la llamada Reina del Plata se encontraba en pleno proceso modernizador, impulsado por el gobierno desarrollista del doctor Arturo Frondizi, quien a partir de 1958 apostaba a una industrialización acelerada como camino para la reinserción argentina en el mundo. Una estrategia económica que se sostendría con cierta continuidad, más allá de las transformaciones y vuelcos institucionales, hasta el golpe militar del General Onganía de 1966, el comienzo del fin de la experiencia del Di Tella.
No obstante, el dato fundante de la modificación del escenario político era por completo ajeno al renovado optimismo que se había adueñado de ciertos sectores de la burguesía a partir de la caída del gobierno peronista en 1955. La nueva coyuntura histórica se insertaba en el marco de la revolución cubana de 1959 y de la consecuente transformación de las prioridades de la administración norteamericana en el contexto de la Guerra Fría. La política de acercamiento cultural con América Latina era tan sólo el efecto visible, que pocos quisieron o supieron ver por entonces, de la política exterior estadounidense, preocupada por la instauración de un gobierno socialista en lo que siempre habían considerado como su patio trasero. El subsidio Rockefeller que sirvió para poner en funcionamiento el CLAEM era producto de estas circunstancias específicas. De hecho, se extendía por un período fijo de seis años (aunque luego terminaría por renovarse por otros dos). Y a medida que allá arriba Cuba fuese convirtiéndose en un recuerdo casi grato en comparación con el tembladeral de Vietnam, también aquí abajo, en el olvidado extremo sur, la primera mitad de los 60 se parecería al paraíso si se lo comparaba con los comienzos de esa sorda guerra civil que eclosionaría con el Cordobazo y concluiría en la sangrienta dictadura del Proceso de Reorganización Nacional.

Continuará

1 comment:

Norberto said...

Posteo en varias partes un escrito sobre el compositor César Bolaños que se acaba de publicar en Perú, en el contexto de un homenaje a su obra.